
Otros tienen la posibilidad de volar, atravezar este paisaje maldito en tan solo unos minutos. Otros cruzan por mi lado en sus flamantes vehículos último modelo. También están los que pasan saludando alegramente, esos son lo que van en bicicleta. Y por último, estoy yo. La que camina descalza por la vida sintiendo frío. El frío de una soledad que se muestra horrible con su cara de espanto.
Un día me puse a viajar con Pepa por el cielo. Era en un avión bonito, que subía y subía haciendo que la presión atmosférica subiera y subiera. Tal vez la idea era hacer estallar mi cabeza, pero yo le tomé la mano, como una buena amiga debiera hacerlo, y lo logramos, salimos del desierto.
Otro día me fuí de paseo con Akeronte, ojo con Akeronte no con Diego. Estuvimos caminando por un parque y él hablaba y hablaba de su Exegesis, yo no le entendí mucho, no sé él ha leído más que yo y es menos perezoso y entonces me habló en otros idiomas, seguro era japonés, a él le gusta. Se nos acabó el parque de tanto caminar. El regreso por donde vino y yo volví a mi desierto de soledad.
No sé, ya ni que escribo, no soy buena en esto, pero a veces el corazón me lo pide y le doy duro al teclado y pues nada, este es el resultado.
Quedo a la espera de sus comentarios...